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Premiar como acto de resistencia

Adriana Correa Velásquez, directora ejecutiva Fundación Alejandro Ángel Escobar

Mientras escribo estas líneas, el gobierno de Trump ha congelado 2.200 millones de dólares en fondos públicos destinados a Harvard. Por si fuera poco, amenaza con prohibir la admisión de estudiantes internacionales y con quitarle las ventajas fiscales que disfrutan las universidades sin ánimo de lucro. No se trata sólo de un ajuste presupuestal: es un hachazo a lo que la ciencia representa: independencia, pensamiento crítico, revisión por pares, disidencia informada.

La apuesta por el conocimiento exige lentitud, paciencia y propensión al riesgo.

Mientras escribo estas líneas, el gobierno de Trump ha congelado 2.200 millones de dólares en fondos públicos destinados a Harvard. Por si fuera poco, amenaza con prohibir la admisión de estudiantes internacionales y con quitarle las ventajas fiscales que disfrutan las universidades sin ánimo de lucro. No se trata sólo de un ajuste presupuestal: es un hachazo a lo que la ciencia representa: independencia, pensamiento crítico, revisión por pares, disidencia informada.

Y no es casual que el blanco más visible sea Harvard. En términos de producción científica, esta universidad reina. Ha estado afiliada a más de 160 ganadores del Premio Nobel y lidera en patentes registradas. Todo esto es posible gracias a una colmena viva de centros de estudio, 1.500 proyectos de investigación activos y una cultura que entiende que la ciencia no se improvisa.

La apuesta por el conocimiento exige lentitud, paciencia y propensión al riesgo.
Los descubrimientos importantes —los que cambian la historia, los que salvan vidas, los que nos explican de qué estamos hechos— no se producen en serie ni bajo presión.

Son frutos de iteraciones, de hipótesis fallidas, de mentes que se entrenan durante décadas con becas, subsidios, con laboratorios, con libertad. Y quienes han tenido la audacia de esperar, han probado que vale la pena. Según algunos indicadores,  cada dólar invertido en investigación aporta al menos cinco dólares a la economía [1].

Pero mientras miramos el vendaval del Norte, pasamos por alto otro tipo de asfixia, más sutil pero igual de letal, que se cuece aquí mismo, en Colombia. La gráfica que describe el descenso de la inversión por parte del Estado en la ciencia, es elocuente: desde 2013, ningún gobierno ha superado la inversión que recibió Colciencias ese año.

El presupuesto destinado en 2025 a Minciencias es el más bajo de los últimos 20 años, que corresponde al 0,01 del PIB nacional, cifra que nos alinea no con Corea, Chile o México, sino con Camboya (0,1%), Uganda (0,2%), Malí y Etiopía (0,3%).

En contextos donde el Estado se repliega, sostener una misión científica se vuelve un acto de resistencia. Y muchas veces, lo que mantiene encendida esa llama no son los grandes presupuestos públicos, sino la constancia de esfuerzos filantrópicos: silenciosos, obstinados, profundamente comprometidos con el conocimiento como bien público.

Ese es precisamente el caso —y el mérito— de los Premios Alejandro Ángel Escobar, que este año cumplen siete décadas celebrando lo mejor del pensamiento científico y la solidaridad en el país. Lo que empezó como el sueño filantrópico del humanista paisa, Alejandro Ángel Escobar, se ha convertido en un logro insólito: mantenerse como la distinción científica y de solidaridad más respetada de Colombia sin depender de los vaivenes estatales.

Desde 1955, la Fundación Alejandro Ángel Escobar (FAAE) ha entregado alrededor de 20.000 millones de pesos y 549 galardones (entre premios y menciones) a trabajos de investigadores de las universidades públicas y privadas, a las organizaciones no gubernamentales y colectivos comunitarios, que han demostrado que el talento colombiano no depende de un presupuesto generoso, sino de una terquedad lúcida.

Y aunque el monto del premio puede parecer modesto, su verdadero peso se revela cuando se ajusta al contexto: al tamaño de nuestra economía y a la densidad de nuestra comunidad científica. En 2024, un estudio comparativo encargado por la FAAE y elaborado por el investigador Julián D. Cortés, analizó una docena de galardones internacionales —desde los premios Kwame Nkrumah de la Unión Africana hasta el Houssay argentino, la Orden Nacional de Mérito Científico de Brasil e incluso  la Medalla Fields— y reveló que, en ‘valor por científico’, el Premio Escobar supera a los galardones estatales de Argentina y Brasil, consolidándose como uno de los reconocimientos más significativos de América Latina.

Aquí, en esta esquina de la cordillera andina, apostamos por nuestros premios con insistencia ética: la ciencia importa. La solidaridad más. Mientras otros recortan, nosotros celebramos.  A los 70 años sabemos que la esperanza, a veces, tiene la forma de una medalla sencilla, un diploma y el poder intacto de una palabra que todavía significa todo para quienes investigan y lideran la solidaridad en Colombia: reconocimiento.

[1] The New York Times. Trump vs. Science.
Por Alan Burdick. https://shorturl.at/JGJ4B

Calle 26B # 4A – 45, Piso 10, Edificio KLM.
Bogotá, D.C., Colombia.
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