Catecismo de ética médica.
“La idea de escribir un Catecismo de Ética Médica surgió cuando leía La metafísica de las costumbres, de Immanuel Kant. Allí leí: «En la doctrina de la virtud el primer instrumento doctrinal y el más necesario para el alumno todavía inculto es un catecismo moral» [Op.cit. Rei Andes Ltda., Bogotá, 1995, p.354.]. Me dirigí al Diccionario de la Real Academia Española y encontré dos definiciones de catecismo: «1. Libro en que se contiene la explicación de la doctrina cristiana. 2. Obra que redactada frecuentemente en preguntas y respuestas, contiene la exposición sucinta de alguna ciencia o arte». La primera acepción, pensé, es conveniente para un libro de ética, dado que apareja una connotación confesional definida. Por eso me decidí por la segunda, es decir, la de instruir por medio de preguntas y respuestas asumiendo yo el papel de catequista o instructor de catecúmenos, considerados éstos como las personas que se inician en una doctrina propia de su profesión. En el presente caso la doctrina es la Ética Médica o Ética Sanitaria. Se trata, ni más ni menos, de la enseñanza de los deberes de virtud en el campo de la atención la salud humana.
Escogido, pues, el instrumento doctrinal, era necesario seguir un método para su correcto desarrollo. Dice el mismo Kant que si la afina de la virtud quiere presentarse como una ciencia, el método doctrinal tiene que ser sistemático, para lo cual la exposición puede ser o bien acroamática, o bien erotemática. La primera hace relación con el modo de enseñar por medio de narraciones, cuando todos aquellos a quienes se dirige la exposición son oyentes, en tanto que la segunda tiene que ver con la «interrogación retórica«. Si quien instruye pregunta a su memoria, el método es erotemático catequético. Por supuesto que, en tratándose de la enseñanza de la ética, además de la memoria habrá que interrogar a la conciencia.
El lector advertirá que este libro está escrito siguiendo dicho método y que su contenido o tema de fondo, como ya dije, es la doctrina básica de los deberes o doctrina de la virtud de quienes ejercen el arte y la ciencia de curar. Siendo así, puede pensarse que es un tratado de Deontología Médica, como que la deontología es una disciplina que determina los deberes que han de cumplirse en algunas circunstancias sociales, v en particular dentro de una profesión dada. Es necesario, entonces, precisar que mi intención no es elaborar un medio doctrinal con criterio deontológico, sino forjar un instrumento que se ocupe de los deberes morales del personal dedicado al cuidado de la salud de sus congéneres. En otras palabras, del virtuosismo de ese personal.
Hallo conveniente hacer asimismo alguna consideración en torno de la palabra «deber», con el significado de obligación debida a los preceptos establecidos por la moral. Dado que Kant me inspiró para escribir este libro, me ciño a sus conceptos respecto al término «deber». Para él, deber es la necesidad de actuar de acuerdo con una ley de la razón. Aún más, dice que «la observancia del deber es para el hombre la condición universal y única de la dignidad de ser feliz» [Ibid., p.359.]
Los deberes de los hombres suelen consignarse en leyes, normas o códigos, función ésta a cargo de los representantes de la sociedad. Se supone que la selección o escogencia de esos deberes ha sido la resultante de un acuerdo o pacto social para beneficio de todos y cada uno de los asociados. David Hume dice que «la utilidad y el interés común engendran indefectiblemente una norma de lo correcto y lo incorrecto entre las partes interesadas» [Investigaciones sobre los principios de moral. Espasa Calpe, S.A., Barcelona, 1991, p.78] El origen de esas normas les da, pues, la connotación de imperativo categórico, vale decir que son de obligado cumplimiento; no hacerlo acarreará sanciones.
Estas leyes y normas de carácter externo, elevadas a la condición de doctrina, constituyen la «doctrina del derecho». Para el tema que me ocupa, en Colombia la Ley 23 de 1981 («Normas sobre Ética Médica») y la Ley 35 de 1989 («Normas de Ética Odontológica») constituyen los códigos de comportamiento médico y odontológico, que no son propiamente códigos de «doctrina de la virtud», o de la ética, ya que aquéllos están sometidos a leyes externas y éstos no. Siendo así, es posible aceptar que tal conjunto de artículos legales más que códigos de Ética Médica y odontológica son códigos deontológicos.
El deber del que voy a ocuparme es el deber impuesto por la razón, independientemente de las leyes externas. Claro que éstas sirven para orientar la razón. Pero la virtud, es decir la disposición del alma o inteligencia para actuar conforme a la ley moral, consiste —como preconiza Kant- [La Metafísica de las costumbres, p.358.] en la autonomía subjetiva de la razón práctica de cada hombre. Para él la necesidad de actuar de acuerdo con una ley de la razón se llama deber [Ibíd., p. 359.]. Por eso, aquello de «obra conforme al deber por deber» es tenido como un mandato ético universal.
Me parece importante haber hecho las precisiones anteriores, pues así podrá entenderse por qué el sustento de este libro no radica en leyes externas específicas, como son los códigos o normas de ética profesional en el campo de la salud. Otrosí, aun cuando haré referencia en particular a la Ética Médica, por extensión —mutatis mutandis— también cobija a las demás disciplinas que tienen que ver con la salud humana. Al fin y al cabo todas tienen el mismo objetivo o deber: propiciar el bien del enfermo.
Como de lo que se trata es de la doctrina de la virtud, es necesario que me pregunte: ¿Es la virtud un asunto innato, o puede enseñarse y aprenderse? Es esta otra pregunta que debo absolver antes de entrar en materia. La virtud no es innata, es adquirible. De ahí que pueda y deba enseñarse, con la advertencia de que para aprenderla o adquirirla no basta enseñarla: hay que ejercitarla «intentando luchar con el enemigo interior del hombre, [Ibíd., p. 353.], es decir, ascéticamente, a la manera de los estoicos. En una de sus maravillosas novelas [El amor en los tiempos del cólera. Editorial Oveja Negra, Ltda., Bogotá 1985, p.333.], Gabriel García Márquez pone en boca de uno de sus personajes esta descarnada frase: «La ética cree que los médicos somos de palo», para significar que el médico, como ser humano, es un hervidero de pasiones, no siempre buenas. Bien dice por eso Kant que «la gimnasia ética consiste sólo en luchar contra los impulsos naturales hasta dominarlos en los casos en que peligra la moralidad» [La metafísica de las costumbres, 9. 363.].
Por estar convencido de que los iniciados o catecúmenos de cualquier disciplina requieren un instrumento doctrinal para embarcarse en el mejor conocimiento de las virtudes, es por lo que ahora pongo este catecismo moral en manos de los discípulos de Hipócrates y de todas las personas vinculadas al cuidado de la salud. Espero que les sirva como herramienta práctica para ejercitar su conciencia —que no es otra cosa que la misma inteligencia—, en aras de un correcto comportamiento profesional.
Una advertencia final: no se trata de un catecismo confesional, ni kantiano. Está escrito por alguien que en cuestiones filosóficas se considera un «ecléctico ilustrado», es decir, que ha tomado de las distintas corrientes del pensamiento moral lo que a su juicio es lo correcto. De ahí que sea inevitable que no todos los que me lean vayan a estar de acuerdo con la totalidad de mis planteamientos. Ésto, en vez de mortificarme, me halaga sobremanera, pues me confirma lo que hoy se sabe y se acepta bien: que la ética no puede ser dogmática.”
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